viernes, 13 de junio de 2008

El zaguero que no fue

Cuando llegó de Tucumán a la terminal de Retiro, Ramiro Scaletta no sabía que en Buenos Aires los porteños tienen la costumbre de etiquetar a todos los nacidos fuera de la Reyna del Plata con el gentilicio, completo o acortado, del lugar del que provienen. Tampoco sabía que su destino iba a depender tan sólo de un segundo, de una jugada nimia, ni que uno de sus ídolos futbolísticos iba a estar directamente involucrado con el abrupto cambio de rumbo de su vida entera. El Tucu, como se lo conoció en la capital, arribó con la férrea esperanza que albergaba desde su más tierna infancia: ser futbolista de primera división.

Se tenía confianza. Así fue como se probó en River y en Boca. No quedó. Adujeron poca proyección hacia el ataque. Se probó luego en Español, club en el que quedó como suplente. Pero sentía que estaba para más, por lo que siguió con su recorrido por los castings. Finalmente, uno de los clubes porteños que estaban en franco ascenso allá por los primeros 90 lo incorporó a su plantel.

El Tucu es alto, grande, usa la bocha rapada. Fachero. Tiene cara de malo, porque es un neto marcador lateral, con versatilidad para ser central. “Pero un tipazo”, decían los que lo trataban. Corría 1995 cuando, con escasos 24 años, laburaba atendiendo el buffet del polideportivo del Vélez, en Linier. Todos lo querían, todos charlaban con él. Siempre atendía a la gente con buena predisposición, a pesar de su constante gesto de foul.

Cuando llegó al buffet, todos sabían que el Tucu era futbolista, y que jugaba en la reserva del Fortín. Corría el comentario que le había ocurrido “algo muy jodido”, como rumoreaban los viejos que jugaban a las cartas. ¿Por qué había pasado de entrenar con la primera a atender el barsucho del club? ¿No decían que iba a ser el nuevo cuatro de la V, que la estaba rompiendo? Atacados por estos interrogantes, un grupo de pequeñuelos lo encaró y le preguntó, directamente y sin tapujos, qué había pasado. El Tucu les constó su descarnada historia.

Integraba el plantel de Bianchi en 1994. Había solucionado su problema de proyección. En cada entrenamiento jugaba mejor. Aunque siempre era sparring, cada vez eran más los partidos en los que les pintaba la cara por la banda a los integrantes del equipo titular. Entrenamiento tras entrenamiento se hacían más fuertes los fastidios del Turco Asad y del Turu Flowers. Se decía que no los dejaba jugar. El titular de su puesto era por entonces el experimentado lateral Flavio tremenda-mano-a-edmundo Zandoná, un verdadero ídolo para el Tucu. Aunque los jubilados híperfanáticos (o aburridos) que veían los entrenamientos en la semana, que por entonces se realizaban en Liniers y no en la Villa Olímpica de Ituzaingó, decían que el pibe tenía el puesto asegurado, él se sentía allá arriba como suplente de Zandoná. Pero, en verdad, Flavio venía haciendo partidos flojos, y Carlitos Bianchi felicitaba al suplente demasiado seguido, demasiado vehementemente. Zandoná, que era bien pillo y bien sucio, se daba cuenta de todo, y no le gustaba nada. Durante un entrenamiento de abril de 1995, una tarde fría y con llovizna de coté, el Tucu la rompía en el team de los suplentes. Se proyectaba, jugaba, marcaba como un león, asistía, metía goles. Zandoná era, claro, el lateral del primer equipo.

En una jugada que promediaba el segundo tiempo, el Tucu ingresaba con pelota dominada en campo contrario por la banda, tirándose para el centro, casi como un diez, proyectándose para el gol o para la habilitación, lastimando la defensa rival.

Entonces, Zandoná, que veía su puesto esfumarse minuto a minuto, no lo soportó más.: cruzó a toda velocidad los veinte metros que lo separaban del pibe y fue directo y sin anestesia con la pierna levantada y los tapones de punta hacia su rodilla. Rotura de ligamentos cruzados y fractura con desplazamiento de rótula. Listo, Tucu, no jugas más a la pelota de por vida. Y así fue. Operaciones, clavos, yesos, terapias varias, nuevas operaciones, kinesiología. Nada pudo hacer la ciencia con el Tucu. No jugó nunca más al fútbol de forma profesional. Zandoná, su ejemplo a seguir en su puesto, lo había partido al medio intencionalmente porque se hacía inminente el enroque en la formación velezana, porque no soportaba su derroche de talento. El hecho no trascendió más que por los pasillos del club. Nunca se filtró a la prensa.

Mientras nos contaba esto, se había juntado gente que, en las cercanías del mostrador, disimulaba una lectura de diario o un cafecito, pero escuchaba con atención cada palabra. El grupo de pibes lo miraba azorado. “Tranquilo, Tucu, este domingo lo recontracagamos garziando al puto de Zandoná”, le dijo uno. Ese domingo Vélez le ganó 4 a 3 a Platense, en una tarde de sol del Amalfitani, por la fecha 9 del apertura. Y, claro está, nadie puteó a Zandoná.

El Tucu, a 400 metros de la chancha, lo veía por la TV del bufet junto a los viejos que timbean por toda la eternidad en esas sillas recubiertas con nylon, mientras pensaba en cómo encararía a su verdugo en Ramos Mejía, esa noche, para asestarle una memorable derecha en el rostro, que lo desplazaría de las siguientes dos fechas, soltando así al menos un tiro para el lado de la justicia.

3 comentarios:

Anónimo dijo...

"Teoría y práctica, literatura, cultura popular. Caño de Tortuga es lo mejor que le pasó a la prosa futbolera desde el recordado Dante Panzeri"

MarcosH dijo...

Son casos recurrentes de pibes que vienen deslumbrando en las prácticas y los titulares se sienten amenazados. Se toma además como un código implícito que no da jugar bien si estas afuera, aunque por supuesto no estoy de acuerdo.
Que recuerde en este momento una símil: sambueza pasó a nelson vivas con una bicicleta y se comio una piña sin más, sambueza igual tenía una manera particular de jugar: si no era con firuletes no pasaba. Debe haber muchas, aunque nunca escuche una tan trágica como esta... es terrible
Saludos

zarpalata dijo...

Una historia triste y brillante, contada con la lengua de plata de Intermar.

salú